Al joven Ortega y Gasset, cuando estuvo en Alemania a principios del siglo pasado, le llamó la atención lo bien que los alumnos de bachiller aprendían allí latín; muchos de ellos, también griego: los que cursaban lo que ellos llaman un «gimnasio humanístico».
Pasa el tiempo, y España saldría hoy peor parada en la comparación. ¿Están más capacitados que nosotros? No. Lo que ocurre es que llevan siglos tomándose en serio la enseñanza, y las motivaciones y métodos para transmitirla. Aquí, en la Península Ibérica, no.
Dentro de los innumerables ejemplos que se podrían aducir para corroborar este estado de cosas, cabe apuntar uno al que a veces no se le presta demasiada atención, y la tiene. Son los diccionarios.
Tomemos el latín. Quien haya estudiado con el Stowasser, editado en Alemania por Oldenbourg, el diccionario por excelencia que utilizan los germanoparlantes para aprender la lengua de Cicerón, se dará cuenta que deja muy atrás todo lo que ofrece el mercado español. Por no hablar del griego. El Gemoll, editado por la misma Oldenbourg, no tiene parangón con nada en castellano. Son libros centenarios, pero reeditados y puestos al día con una acribia que asombra.
¿Sabían ustedes que en Finlandia hay una emisora que emite en latín? ¿Y otra en Alemania? En España, a pesar del esfuerzo de algunos quijotes voluntariosos, lo más que a los alumnos les suele quedar de la antigüedad romana es la declinación de rosa-rosae.
Nuestro sistema educativo ha perdido de vista que además de memorizar declinaciones, y de aprender a conjugar, hay que llegar a una meta, y esa meta es gozar de la lectura de un pozo de sabiduría sin igual, el clásico, en su lengua original. Lo que un experto estadounidense decía sobre el inglés, vale, mutatis mutandis, para el latín: «Si el sistema educativo español no cambia radicalmente en la manera de abordar la enseñanza del inglés, mis nietos van a tener mucho trabajo. El actual sistema tiene 20 años, de los 3 a los 23, para resolver este problema, pero hasta el momento no lo hace». J. Grau. Fuente aquí. (22/02/07)
Pasa el tiempo, y España saldría hoy peor parada en la comparación. ¿Están más capacitados que nosotros? No. Lo que ocurre es que llevan siglos tomándose en serio la enseñanza, y las motivaciones y métodos para transmitirla. Aquí, en la Península Ibérica, no.
Dentro de los innumerables ejemplos que se podrían aducir para corroborar este estado de cosas, cabe apuntar uno al que a veces no se le presta demasiada atención, y la tiene. Son los diccionarios.
Tomemos el latín. Quien haya estudiado con el Stowasser, editado en Alemania por Oldenbourg, el diccionario por excelencia que utilizan los germanoparlantes para aprender la lengua de Cicerón, se dará cuenta que deja muy atrás todo lo que ofrece el mercado español. Por no hablar del griego. El Gemoll, editado por la misma Oldenbourg, no tiene parangón con nada en castellano. Son libros centenarios, pero reeditados y puestos al día con una acribia que asombra.
¿Sabían ustedes que en Finlandia hay una emisora que emite en latín? ¿Y otra en Alemania? En España, a pesar del esfuerzo de algunos quijotes voluntariosos, lo más que a los alumnos les suele quedar de la antigüedad romana es la declinación de rosa-rosae.
Nuestro sistema educativo ha perdido de vista que además de memorizar declinaciones, y de aprender a conjugar, hay que llegar a una meta, y esa meta es gozar de la lectura de un pozo de sabiduría sin igual, el clásico, en su lengua original. Lo que un experto estadounidense decía sobre el inglés, vale, mutatis mutandis, para el latín: «Si el sistema educativo español no cambia radicalmente en la manera de abordar la enseñanza del inglés, mis nietos van a tener mucho trabajo. El actual sistema tiene 20 años, de los 3 a los 23, para resolver este problema, pero hasta el momento no lo hace». J. Grau. Fuente aquí. (22/02/07)
1 comentario:
No sólo en Alemania o Finlandia se dedica más tiempo al aprendizaje del latín y el griego. Sin ir más lejos en la vecina Italia es envidiable el mimo que reciben los clásicos. Pero lo importante no está en el tiempo de estudio, pues nadie dedica tanto al griego como los propios griegos, pero los estudiantes suelen aborrecerlo. La clave está en potenciar la retroversión, los métodos naturales y dejarse, como bien señalas, del inútil rosa rosae. Pero dígaselo usted a las universidades, amigo!
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