jueves, diciembre 21, 2006

GALILEO GALILEI

En agosto de 2003 aparece un manuscrito. El mismísimo cardenal Ratzinger, hoy papa, buscaba demostrar un imposible: que la Iglesia romana nunca tuvo miedo a la ciencia y que lo dicho por científicos e historiadores sobre el proceso contra Galileo era una "mentirosa imaginación" -textualmente, "una menzognera iconografía"- para arrinconar al Vaticano en el desván del oscurantismo y la crueldad.
Todo empezó por culpa de jesuitas aristotélicos y dominicos adversarios de Galileo por miserias ajenas a la ciencia, según el equipo de Ratzinger. Roma se dejó arrastrar. No hubo persecución ni amedrentamiento.
El manuscrito encontrado en auxilio de la Inquisición era en realidad una carta del comisario del Santo Oficio Vicenzo Maculano de Firenzuola, de abril de 1633, al cardenal Barberini, sobrino de Urbano VIII, para expresarle preocupación por la salud del anciano hereje. Con ella en la mano, la congregación de Ratzinger se creyó con derecho a calificar de patraña la leyenda negra. Ratzinger osaba rectificar a Juan Pablo II, que había pedido perdón en 1992 por el maltrato a Galileo.
La verdad fue que Galileo Galilei, uno de los hombres más famosos y sabios de su tiempo, hubiera jurado que la Luna estaba hecha de queso verde con tal de librarse, no de las garras de la Inquisición, que ya no lo soltó ni muerto, sino también de torturas infinitas y, finalmente, de la hoguera casi segura. Bien que sabía Galileo que su situación era peligrosa: tan famoso y sabio como él fue Giordano Bruno, y acabó quemado vivo después de ser torturado con saña inaudita durante siete años.
Fue en 1600, en la romana plaza de Campo dei Fiori. Galileo tenía entonces 36 años. Estremece imaginar aquel 22 de junio de 1633 al resistente Galileo, vencido por fin mientras lee, enfermo y roto, de rodillas, una larga adjuración de sus irrebatibles conocimientos: "Yo, Galileo, ante vosotros contra la herejía y la maldad generales inquisidores, tras haberme sido requerido con precepto por este Santo Oficio que debía abandonar completamente la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro del mundo y que se mueve...". Tenía Galileo 70 años y, tembloroso, acepta, además, que si en el futuro contravenía su juramento -como con valor había hecho con la admonición de 1616- quedaría sometido "a todos los castigos" del Santo Oficio, es decir, la hoguera. Galileo murió la noche del 8 de enero de 1642 y fue enterrado en una especie de cuartucho trastero porque el Papa prohibió depositar el cuerpo en la sepultura familiar, en la iglesia de la Santa Cruz. Una inscripción sobre la tumba, colocada casi un siglo después, decía: Sine honore no sine lacrimis (sin honor pero no sin lágrimas). El País, 16-12-2006

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Por qué en muchos sitios pone que Galileo fue quemado en la hoguera? ¡Vaya chasco!